MANUEL MOYA nació en Fuenteheridos en 1960. Ha cultivado la poesía, la traducción, la crítica, la heteronimia y la prosa, fruto de lo cual ha publicado algunos libros. Uno de ellos ha sido la colección de cuentos, La sombra del caimán (Ed. Onuba, 2006) y otro, la novela La mano en el fuego (Ed. Calima, 2006). En breve verá la luz su segunda novela, Majarón. Ha traducido Libro del desasosiego, de F. Pessoa... E cosí via.
CUENTÍSTICA: Escribo relatos desde que me atengo al uso de la sinrazón. He escrito muchos y los he tirado casi todos, porque el relato no es una ocurrencia, ni una sucesión económica de palabras, ni nada parecido. Un relato es un conflicto, una atmósfera y, es, fundamentalmente, un mundo riguroso que durante un instante suspende sus reglas y sus leyes. Incertidumbre. Eso, el espacio de la incertidumbre.



Relatos de Manuel Moya
(del libro en preparación "CIELO MUNICIPAL")


Informe municipal

Cuando hace un año la municipalidad renovó su flota de autobuses, una docena de descontentos denunciaron el hecho de que los nuevos autobuses no emitían sombras, circunstancia atribuida a una novedad más de la ingeniería checa, sabedora de que las sombras afean la ciudad, menoscaban las relaciones y oscurecen la razón, pese a lo cual, enojó a esa docena de usuarios, que al poco denunciaron la pérdida de las suyas, exhibiendo pancartas, demandas y artículos que exigían la pronta devolución de sus sombras, pues es sabido que la gente es adicta a las supersticiones y la sombra pasa por una arraigada superstición, pero los tribunales, a salvo de tales novelerías, todo lo desestimaron, arguyendo vacíos legales y aún epistemológicos, circunstancia que no amilanó a quienes, más tarde, adujeron que la frecuentación de los autobuses les privaba de la memoria, acreditación harto difícil y causa de que la justicia, impasible, procediera a su archivo, enrabietando con ello a los más insidiosos, que enseguida echaron en falta naderías como el complejo de culpa, la nostalgia, la dulcedumbre, la nicotina, la sutileza, la esperanza, el apetito sexual, la dignidad y, para concluir, la confianza en los munícipes..., siendo así, que la nueva flota, menos sofisticada, conserva las sombras, esa vieja superstición que tan feliz parece hacer a los contribuyentes, aunque, por lo demás, todo sigue en orden, lo que aprovecho para decirle que la cifra de quince muertos que maneja la prensa es del todo excesiva, al tiempo que puedo garantizarle que de reproducirse los altercados y manifestaciones contra usted, se actuará con idéntica firmeza.
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Pedofobia

Odio a los niños, esos seres estúpidos que se venden por una simple gomita de mascar. Pero más odio a las madres, pues apenas cumplen los diez años los dejan salir sin bozal para ver cómo los muy desgraciados se te tiran a los tobillos y te despellejan vivo. Ojalá, me oyes, no hubieran jubilado a ese tal Pilatos o los acabasen de aceptar en los mc donalds y en todos los restaurantes mexicanos y criollos. Eso sería cojonudo, porque en cuanto se descuidan sus mamás van y crecen y crecen y entonces es cuando te joden vivo y se te tiran derechos al corazón, como los cuervos, y acabas suplicándoles, cuando ya no tienes más que ofrecerles, que no, que no te dejen, que quién los va a cuidar mejor que tú, que hasta te dejarías matar por ellos, pero es inútil.
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Cuidado con el ombligo


Mientras pueda olvidarme de mi ombligo todo estará en orden y en paz y las paredes serán paredes y árboles los árboles, mi madre me llamará por mi nombre y el mar seguirá haciendo su particular ruidito al despertarme (pero yo vivo lejos del mar), porque mi ombligo es como un pozo sin fondo y, si me apuran, mi ombligo es el fondo de un pozo sin fondo, de modo que cuando dice aquí estoy yo y comienza a chupar de mí, a tirar de mí hacia ese fondo sin fondo suyo, entonces, compadre, estoy perdido, porque no hay un fondo fondo, no sé cómo decirlo, y, por más que baje, siempre puedo bajar más y más y más, y no siempre es posible aguantarme a un árbol o agarrarme a una madre o a unas paredes, porque el ombligo me tira de todos lados, desde los calcañares y desde la memoria, desde la rabia, desde mis hijos o desde la más pura indolencia... y entonces descubro con pavor que estoy otra vez a merced del fondo fondo de mi ombligo y que importunarlo es como importunar a todos los diablos y que alentarlo es como alentar a todos los diablos, y que lo mejor es dejarlo en el fondo sin fondo de sí mismo y no andar echándole trocitos de carne, ni veneno, ni sobras de la cena, ni versos, ni nada de nada y dormir y llegarme cada día al instituto o a la madre olvidado del ombligo, y cruzar mucho los dedos, compadre, por si acaso...
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Huracanes


No, Cristina no ha llegado todavía. La arrastró un huracán ya va para tres meses y de momento no ha vuelto. No es que temamos especialmente por ella, porque se conoce bien los huracanes y estamos seguros de que cuando se canse, volverá. Lo que temo es que a éste le coja afición, como le ocurrió a madre, que después de irse con todos los que pasaban por aquí, ya de mayor, se largó con uno y nunca más quiso saber de nosotros. A mí, que siempre he sido una incomprendida, me dio por los hombres y ya ve usted, aquí me tiene, en el Texaco Girĺs y esperando a Cristina, que, como le digo, tiene que estar al llegar.

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