LUIS ALBERTO DEL CASTILLO NAVARRO es Licenciado en Derecho y con Grado en Geografía e Historia. Ha ejercido labores docentes como profesor en diversos institutos de la provincia gaditana, sobre todo en el Campo de Gibraltar; en donde también fue Profesor Tutor de la UNED, en el Departamento de Historia. En la actualidad es profesor emérito de Historia Económica y de Historia Política y Social Contemporánea en la EUEJE “FRANCISCO TOMÁS Y VALIENTE” de aquella Comarca.
Fue elegido Primer Director del Instituto de Estudios Campogibraltareños, siendo Consejero de Número de sus Secciones I y VI. Cofundador de la Revista “Acta Universitaria”, tiene publicados más una cincuentena de relatos y poemarios en diversas revistas y es autor de una obra de teatro: El Libro.
A finales de 1993, publica con magnífica acogida crítica su poemario Octaviana de Gades en Baelo Claudia (I.E.C-G., Algeciras). En 2000, la Diputación de Cádiz edita el volumen antológico, La Torre del Silencio. En 2007, La Fundación Municipal de Cultura de La Línea de la Concepción da a la estampa su novela corta Aquellos días de agosto del 36.
Su presencia habitual en los medios de comunicación comarcales y en la Revista de Estudios Campogibraltareños “Almoraima”, arroja un balance de más de doscientos cincuenta artículos literarios y científicos.
Como narrador ha obtenido premios en los certámenes literarios Nueva Dimensión, Mónica y Marie, 1976, Barcelona; Ciudad de Algeciras, La última playa de Clara Ibáñez, 1990, Algeciras; y Ángel María de Lera, La torre de hueso junto al mar, 1992, La Línea de la Concepción.
En 1992, 1994 y 2006 su obra poética es premiada respectivamente con el Ciudad de Tarifa, Rubayyat desde la otra orilla; Lola Peche de Algeciras, El Tarot Genovés; y Valdivia y Cabrera de Algeciras, Libreta roja donde guardo nuestros silencios. Estos tres premios se unen a las dos ocasiones que quedara finalista en las VI y VII Semana de Poesía de la Bahía, con los poemarios Yerbarena y Mar Nuestro.



Una playa más allá de Cartago





La mujer paseaba despacio por la playa, por la orilla húmeda, pero caminando siempre alejada de la espuma de las olas tranquilas de la tarde. El sol aún estaba alto sobre nuestros cuerpos y las arenas oscuras de “Las Gaviotas” todavía quemaban los pies desnudos. Calzaba unos zapatos de plataforma alta de corcho que realzaban su porte de matrona aún joven. Parecían unos coturnos. Un vestido amplio, de una pieza, caía hasta el empeine de sus pies; tan pronto su mano izquierda ahora, como luego la derecha con gesto gracioso, como al descuido, pellizcaba la tela y acortaba la túnica mostrando unos tobillos blancos y finos. Sus brazos desnudos se alzaban airosos de vez en vez, cuando mirando al horizonte una de sus manos se convertía en visera momentánea. Su tez blanca con un tostado trigueño era remarcada por sus cabellos negros, recogidos en un moño central desde la coronilla hasta el inicio del cuello que, descubierto, aparecía largo y hermoso en su blancura dorada. Sus ojos independientes de sus pasos lentos avizoraban permanentes la mar; segura, dueña de la playa sortea bañistas tendidos, niños correteantes y vocingleros, y llegada al final, donde la arena se hace espigón de piedra, se detiene unos instantes para después reanudar la marcha, ahora viniendo de frente hacia donde estoy tumbado junto a mi esposa.

- ¿Has visto a esa mujer; la de la túnica?- le pregunto a María, señalándosela con un movimiento de cabeza.
- Sí. Es muy interesante.
- Sí; parece como si la playa fuese suya, como si no hubiese nadie y ella hubiese salido a esperar a alguien.
- Llevas razón. Estaba pensando en eso al ratillo de verla. Tal vez espere el regreso de algún barco deportivo con sus hijos.
- O sus nietos. Pero mira, fíjate, parece como un personaje antiguo, de una ópera o una tragedia griega.
- Sí, Penélope esperando el regreso de Odiseo.
- O Circe, la maga, viendo alejarse a Ulises de Cartago…
- Ya te estás liando, ésa era Dido y el que partía era Eneas…
- Bueno, vale; tú eres la licenciada en Clásicas. Fíjate como camina, añora a alguien, al amado perdido para siempre.

La mujer nos ha rebasado, nos da la espalda en su deambular moroso, sorbiendo las esencias de la tarde agosteña. María ensueña con su voz lenta, pausada: Es como si ella estuviese en otro tiempo, como… Se ha callado. Prosigue: … como si nosotros no existiésemos; igual que en un espejismo esta playa no es la del Puerto de la Duquesa, ni estamos en 1998; es como si ella… Duda que palabras elegir; luego: …Como si ella hubiese removido, agitado las aguas del Tiempo y estuviésemos en Cartago, después de la caída de Troya.
- O como si ella estuviese aquí, en otro plano distinto… quiero decir aquí, pero este plano es distinto al nuestro; es el suyo pero a la par es el nuestro…- le sugiero.
- ¿En este plano, pero ella está sin vernos?
- Sí; algo así. Es complicado de explicar.
- Pero nosotros sí la vemos. Mira, se ha parado de nuevo; otra vez mira al fin del horizonte. Tal vez llevas razón y ella está fuera del Tiempo esperando el regreso de su amado; pero nosotros sabemos que Eneas nunca regresará a Cartago.
- María, eso no lo sabe nadie. Quien sabe si Eneas volvió a Cartago para echarle unos cuantos polvos a Dido; ¿tú lo sabes? No, nadie lo sabe.
María no me responde; se da la vuelta. De pronto se sienta en la esterilla. Su voz me llega enronquecida: Jorge, nos vamos. Vayamos a la casa.
La miro: su barbilla airosa, sus labios gruesos y rojos. Me incorporo También. Echo una última mirada a la mujer que se aleja por el final de la playa, hacia la cala de El Castillo. María me coge la mano derecha entre sus manos. Insiste: Vamos a la casa. Tengo ganas de hacerlo… Por favor, vayamos nos ya.
Veo el reloj: María, son sólo las cinco; cariño, es temprano.
- Jorge, no es temprano; tengo ganas de que me eches un polvo. Tengo ganas de joder, de chupártela…
- ¡Coño, vaya que te has puesto caliente, así de pronto!
- Sí.- Se levanta y empieza a recoger la alfombrilla, la toalla y los demás cacharros de playa, que parecen infinitos dentro de su cesta de rafia. Tan sólo me queda conceder: ¡Vale, vale, vamos a la casa!



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Jorge le acaricia el hombro izquierdo. Sus dedos dibujan despacio el contorno del seno, pellizcan el pezón inflamado tras los orgasmos. Con arrumacos de pasión María busca el miembro, ahora fláccido y empapado de amor entregado y recibido. Su pierna derecha, su muslo, aún rojo por el calor de la cabalgada recién terminada, se apoya elástico pero grave sobre el sexo de Jorge. Roza, mueve. María se gira, sus labios besan los del varón, pero éste la rechaza suavemente y con tono guasón pontifica: Ésta ya no se pone tiesa.
- Déjame hacer; te la voy a poner cachonda enseguida…
Él la interrumpe: María, déjalo. No tengo más ganas. Me has dejado listo. Además, tengo que llamar a Cristian.
- No. ¡No me jodas! ¿Para qué?
- Quedé en llamarle hoy. A ver si quedamos para cenar…
- ¡Otra vez! Sabes que no me gusta salir con ellos.
- ¡María, coño, no empieces de nuevo con tu canción! ¡Ya estoy harto de tus figuraciones y pamplinas!
- ¡Vale, Jorge! No te subas arriba, no estoy sorda.
- Es que me quemas, coño, con las chalauras de que…
- Chalauras; ¡cállate!
- ¡No me da la gana de callarme! Es que te crees tan irresistible; ni que fueras la Shiffer. A Cristian le basta con Lucille y si quisiera otras tías no tendría porque quererte a ti. ¡Coño, a ver si te enteras que tú no eres su tipo!
- ¡Ah, si! ¿Y tú por qué lo sabes, tío listo? Es qué no estoy buena ¿Qué coño sabes tú del tipo que le gustan a ese sobón de mierda?
- María, te he dicho que no empieces…
- Sí empiezo; y ya estoy harta de decirte que ese tío a la menor oportunidad me anda metiendo mano y rozándome cada vez que puede, pero como a ti eso parece que luego…
- Bueno ya está bien; ¡vale, se acabó!- Jorge se incorpora con ceño airado y tomando el móvil de la mesilla de noche se dirige hacia el salón, mientras efectúa una llamada.
María enciende el último cigarrillo de un paquete de wiston, que arruga, estruja a la par que fuma a grandes chupadas.



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Cristian paladea el sorbo de Vega Sicilia del 83. A través del cristal de la copa observa el rostro de María. La conversación de Lucille y Jorge le llega lejana por la sordina de su concentración en María. De súbito ella eleva la vista, sus ojos escrutan los suyos; luego recoge su copa y con un gesto imperceptible se la ofrece en un brindis, para después célere apurarla de un trago largo, profundo.



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Son las dos de la madrugada, Jorge se agita en el lecho. - ¿Duermes? María le responde muy quedo: No.
- ¿Qué te dijo Cristian?
- Nada.
- ¿Qué te ha hecho esta noche?
- Nada.
- ¡Vamos, María, no seas tonta! ¿Qué te ha hecho esta vez? ¿Te ha rozado con la rodilla? ¿Te ha tocado las tetas; o tal vez, esta vez ha conseguido besarte en los labios al saludarte, o al despedirte?
- ¡Por favor, cállate!
- No me da la gana. ¡Contéstame, coño! ¿Qué te ha hecho esta noche?
- No tengo ganas de hablar, Jorge. Además, tú tienes que madrugar. ¿No sales a las seis para Córdoba?
- Sí; pero eso que coño importa. No te quejas esta noche. Seguro que esta noche te chupó las tetas cuando os quedasteis solos, mientras Lucille y yo sacábamos los coches del parking. Es eso, ¿verdad? Fue eso. Dime que no; que no te hizo nada.
Le aprisiona los brazos, tira de la sábana. Violento se echa sobre ella. María busca una de sus orejas y quedo, con voz ronca le susurra: Sí, me chupó las tetas; para que me las chupara me puse el vestido verde y sin sujetador, para que pudiera sacarlas bien y además esta noche nos hemos dado la lengua y…
Jorge la besa, le muerde los labios, le aprieta los pechos y brama: …y te comió el coño, te comió como yo ahora…
- Sí, así; así cerdo, así cabrón mío; y cuando te hayas marchado nos veremos los tres en Marbella y follaremos hasta reventar mientras tú vas por la carretera a 160. Así cabrón mío. Más…



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- ¿Por qué no te duermes?
- No tengo sueño, cariño.
- ¿Dónde vas, María? Quédate aquí.
- No, Jorge; voy a pasear un poco por la playa. Tienes tus cosas preparadas en el maletín. El portafolios lo tienes ya limpio encima del buró. La mancha ha salido bien.- A la par que habla María se ha colocado mecánicamente un bikini rojo y ha sacado de uno de los cajones de la cómoda un pareo a juego. Se despide con un: Buen viaje, cariño. Llámame cuando llegues.

Hace fresco. Son las cinco de la madrugada. María se encamina hacia el paseo. No hay nadie en las calles. Se cruza con “Triki”, el gato negro de Pepita. El animal, cariñoso en su reconocimiento, se frota un par de veces contra sus piernas desnudas. Ella le corresponde con una caricia leve y continúa su marcha.
Minutos más tarde, María se sienta sobre la arena mojada de mar y noche. A propósito no ha llevado la esterilla, desea sentir la tierra en su carne, sentirse viva para poco a poco ir matando los sueños y entre pitillo y pitillo ir apagando la comezón que la memoria siembra en su sangre. María repasa una y otra vez su lengua sobre sus labios macerados, machacados, impregnados de sabor de Jorge, del semen de Cristian y piensa que una vez más, tal vez la última, ha jugado unas cartas fuertes, retorcida por fuegos que arrancan volutas de placer de sus nervios y rajan sus miembros uno a uno para luego, con sal y yodo, coserlos a un goce infinito, a un orgasmo inacabable, tan infinito que ahora se levanta y desnuda de pareo y bikini camina hacia el mar, hacia esta agua de la salobre amanecida que se presiente por los montes de Manilva, en esta playa, más allá de Cartago, ansiosa ya por la pronta vuelta de Eneas


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MANUEL MOYA nació en Fuenteheridos en 1960. Ha cultivado la poesía, la traducción, la crítica, la heteronimia y la prosa, fruto de lo cual ha publicado algunos libros. Uno de ellos ha sido la colección de cuentos, La sombra del caimán (Ed. Onuba, 2006) y otro, la novela La mano en el fuego (Ed. Calima, 2006). En breve verá la luz su segunda novela, Majarón. Ha traducido Libro del desasosiego, de F. Pessoa... E cosí via.
CUENTÍSTICA: Escribo relatos desde que me atengo al uso de la sinrazón. He escrito muchos y los he tirado casi todos, porque el relato no es una ocurrencia, ni una sucesión económica de palabras, ni nada parecido. Un relato es un conflicto, una atmósfera y, es, fundamentalmente, un mundo riguroso que durante un instante suspende sus reglas y sus leyes. Incertidumbre. Eso, el espacio de la incertidumbre.



Relatos de Manuel Moya
(del libro en preparación "CIELO MUNICIPAL")


Informe municipal

Cuando hace un año la municipalidad renovó su flota de autobuses, una docena de descontentos denunciaron el hecho de que los nuevos autobuses no emitían sombras, circunstancia atribuida a una novedad más de la ingeniería checa, sabedora de que las sombras afean la ciudad, menoscaban las relaciones y oscurecen la razón, pese a lo cual, enojó a esa docena de usuarios, que al poco denunciaron la pérdida de las suyas, exhibiendo pancartas, demandas y artículos que exigían la pronta devolución de sus sombras, pues es sabido que la gente es adicta a las supersticiones y la sombra pasa por una arraigada superstición, pero los tribunales, a salvo de tales novelerías, todo lo desestimaron, arguyendo vacíos legales y aún epistemológicos, circunstancia que no amilanó a quienes, más tarde, adujeron que la frecuentación de los autobuses les privaba de la memoria, acreditación harto difícil y causa de que la justicia, impasible, procediera a su archivo, enrabietando con ello a los más insidiosos, que enseguida echaron en falta naderías como el complejo de culpa, la nostalgia, la dulcedumbre, la nicotina, la sutileza, la esperanza, el apetito sexual, la dignidad y, para concluir, la confianza en los munícipes..., siendo así, que la nueva flota, menos sofisticada, conserva las sombras, esa vieja superstición que tan feliz parece hacer a los contribuyentes, aunque, por lo demás, todo sigue en orden, lo que aprovecho para decirle que la cifra de quince muertos que maneja la prensa es del todo excesiva, al tiempo que puedo garantizarle que de reproducirse los altercados y manifestaciones contra usted, se actuará con idéntica firmeza.
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Pedofobia

Odio a los niños, esos seres estúpidos que se venden por una simple gomita de mascar. Pero más odio a las madres, pues apenas cumplen los diez años los dejan salir sin bozal para ver cómo los muy desgraciados se te tiran a los tobillos y te despellejan vivo. Ojalá, me oyes, no hubieran jubilado a ese tal Pilatos o los acabasen de aceptar en los mc donalds y en todos los restaurantes mexicanos y criollos. Eso sería cojonudo, porque en cuanto se descuidan sus mamás van y crecen y crecen y entonces es cuando te joden vivo y se te tiran derechos al corazón, como los cuervos, y acabas suplicándoles, cuando ya no tienes más que ofrecerles, que no, que no te dejen, que quién los va a cuidar mejor que tú, que hasta te dejarías matar por ellos, pero es inútil.
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Cuidado con el ombligo


Mientras pueda olvidarme de mi ombligo todo estará en orden y en paz y las paredes serán paredes y árboles los árboles, mi madre me llamará por mi nombre y el mar seguirá haciendo su particular ruidito al despertarme (pero yo vivo lejos del mar), porque mi ombligo es como un pozo sin fondo y, si me apuran, mi ombligo es el fondo de un pozo sin fondo, de modo que cuando dice aquí estoy yo y comienza a chupar de mí, a tirar de mí hacia ese fondo sin fondo suyo, entonces, compadre, estoy perdido, porque no hay un fondo fondo, no sé cómo decirlo, y, por más que baje, siempre puedo bajar más y más y más, y no siempre es posible aguantarme a un árbol o agarrarme a una madre o a unas paredes, porque el ombligo me tira de todos lados, desde los calcañares y desde la memoria, desde la rabia, desde mis hijos o desde la más pura indolencia... y entonces descubro con pavor que estoy otra vez a merced del fondo fondo de mi ombligo y que importunarlo es como importunar a todos los diablos y que alentarlo es como alentar a todos los diablos, y que lo mejor es dejarlo en el fondo sin fondo de sí mismo y no andar echándole trocitos de carne, ni veneno, ni sobras de la cena, ni versos, ni nada de nada y dormir y llegarme cada día al instituto o a la madre olvidado del ombligo, y cruzar mucho los dedos, compadre, por si acaso...
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Huracanes


No, Cristina no ha llegado todavía. La arrastró un huracán ya va para tres meses y de momento no ha vuelto. No es que temamos especialmente por ella, porque se conoce bien los huracanes y estamos seguros de que cuando se canse, volverá. Lo que temo es que a éste le coja afición, como le ocurrió a madre, que después de irse con todos los que pasaban por aquí, ya de mayor, se largó con uno y nunca más quiso saber de nosotros. A mí, que siempre he sido una incomprendida, me dio por los hombres y ya ve usted, aquí me tiene, en el Texaco Girĺs y esperando a Cristina, que, como le digo, tiene que estar al llegar.

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